Nosotras íbamos sin dudar por esa montaña empinada
parecía ser el otoño quien nos guiaba cada paso
resbalé, me trajiste de vuelta. Seguimos.
Cada vez hacía más frío, pero no lo sentíamos
era sólo un color húmedo
lleno de rocas oscuras que no nos detuvieron.
Saltamos: el abismo no era tal, ¿ves?
-Llegamos –dijiste- éste es el ojo del diablo.
La cueva dejaba ver una pequeña laguna
un índigo insondable que chorreaba el ojo hacia la superficie
debíamos cruzarla como si fuese maciza. Esperé.
Apenas tu pie se posó sobre el agua supe que era cierto
entonces te seguí, sintiendo el agua solidificada bajo mi piel
el abrazo ciclópeo del hombre invisible
-¿ya no tienes miedo? –me preguntaba.
Ha desaparecido –le dije.
-Entonces debo hacerlo –escuché mientras introducía su mano en mi boca
sacando todo órgano de mi cuerpo
dejándome libre sin dolor alguno
vaciada de males, de raíces vencidas
de otros cuerpos.
Entonces lo vi a él jugando con el invisible
sonríe como nosotras, ligero adentro
Ahora sí viajeros, somos almas en fábula.
( Daniela Senn )
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