martes, 28 de julio de 2009

lunes, 27 de julio de 2009

El Ojo del Diablo

Nosotras íbamos sin dudar por esa montaña empinada

parecía ser el otoño quien nos guiaba cada paso

resbalé, me trajiste de vuelta. Seguimos.

Cada vez hacía más frío, pero no lo sentíamos

era sólo un color húmedo

lleno de rocas oscuras que no nos detuvieron.

Saltamos: el abismo no era tal, ¿ves?

-Llegamos –dijiste- éste es el ojo del diablo.

La cueva dejaba ver una pequeña laguna

un índigo insondable que chorreaba el ojo hacia la superficie

debíamos cruzarla como si fuese maciza. Esperé.

Apenas tu pie se posó sobre el agua supe que era cierto

entonces te seguí, sintiendo el agua solidificada bajo mi piel

el abrazo ciclópeo del hombre invisible

-¿ya no tienes miedo? –me preguntaba.

Ha desaparecido –le dije.

-Entonces debo hacerlo –escuché mientras introducía su mano en mi boca

sacando todo órgano de mi cuerpo

dejándome libre sin dolor alguno

vaciada de males, de raíces vencidas

de otros cuerpos.

Entonces lo vi a él jugando con el invisible

sonríe como nosotras, ligero adentro

Ahora sí viajeros, somos almas en fábula.
( Daniela Senn )

viernes, 24 de julio de 2009




"Un lugar nuevo tiene esa modalidad oxigenante que es la absoluta falta de significado. Emocionalmente, es una tierra de nadie. Pero me bastan unas horas, un día, para necesariamente dejar allí pequeñas marcas. Ellas harán luego que el hecho de volver a cualquiera de esos sitios sea justamente volver, y ya no habrá ingenuidad posible ni una primera mirada".




Sur... paredón y después...
Sur... una luz de almacen...
Ya nunca me veras como me vieras,
recostado en la vidriera
y esperandote,
ya nunca alumbrare con las estrellas
nuestra marcha sin querellas
por las noches de Pompeya.
Las calles y las lunas suburbanas
y mi amor en tu ventana
todo ha muerto, ya lo se.

sábado, 18 de julio de 2009

Caballero Solo

Los jóvenes homosexuales y las muchachas amorosas,
y las largas viudas que sufren el delirante insomnio,
y las jóvenes señoras preñadas hace treinta horas,
y los roncos gatos que cruzan mi jardín en tinieblas,
como un collar de palpitantes ostras sexuales
rodean mi residencia solitaria,
como enemigos establecidos contra mi alma,
como conspiradores en traje de dormitorio
que cambiaran largos besos espesos por consigna.

El radiante verano conduce a los enamorados
en uniformes regimientos melancólicos,
hechos de gordas y flacas y alegres y tristes parejas:
bajo los elegantes cocoteros, junto al océano y la luna
hay una continua vida de pantalones y polleras,
un rumor de medias de seda acariciadas,
y senos femeninos que brillan como ojos.

El pequeño empleado, después de mucho,
después del tedio semanal, y las novelas leídas de noche,
en cama,
ha definitivamente seducido a su vecina,
y la lleva a los miserables cinematógrafos
donde los héroes son potros o príncipes apasionados,
y acaricia sus piernas llenas de dulce vello
con sus ardientes y húmedas manos que huelen a cigarrillo.

Los atardeceres del seductor y las noches de los esposos
se unen como dos sábanas sepultándome,
y las horas después del almuerzo en que los jóvenes
estudiantes,
y los jóvenes estudiantes, y los sacerdotes se masturban,
y los animales fornican directamente,
y las abejas huelen a sangre, y las moscas zumban coléricas,
y los primos juegan extrañamente con sus primas,
y los médicos miran con furia al marido de la joven paciente,
y las horas de la mañana en que el profesor, como por
descuido,
cumple con su deber conyugal, y desayuna,
y, más aún, los adúlteros, que se aman con verdadero amor
sobre lechos altos y largos como embarcaciones:
seguramente, eternamente me rodea
este gran bosque respiratorio y enredado
con grandes flores como bocas y dentaduras
y negras raíces en forma de uñas y zapatos.

Pablo Neruda.

Débil del alba

El día de los desventurados, el día pálido asoma
con un desgarrador olor frío, con sus fuerzas en gris,
sin cascabeles, goteando el alba por todas partes:
es un naufragio en el vacío, con un alrededor de llanto.

Porque se fue de tantos sitios la sombra húmeda, callada,
de tantas cavilaciones en vano, de tantos parajes terrestres
en donde debió ocupar hasta el designio de las raíces,
de tanta forma aguda que se defendía.

Yo lloro en medio de lo invadido, entre lo confuso,
entre el sabor creciente, poniendo el oído
en la pura circulación, en el aumento,
cediendo sin rumbo el paso a lo que arriba,
a lo que surge vestido de cadenas y claveles,
yo sueño, sobrellevando mis vestigios morales.

Nada hay de precipitado ni de alegre, ni de forma orgullosa,
todo aparece haciéndose con evidente pobreza,
la luz de la tierra sale de sus párpados
no como la campanada, sino más bien como las lágrimas:
el tejido del día, su lienzo débil,
sirve para una venda de enfermos, sirve para hacer señas
en una despedida, detrás de la ausencia:
es el color que sólo quiere reemplazar,
cubrir, tragar, vencer, hacer distancias.

Estoy solo entre materias desvencijadas,
la lluvia cae sobre mí, y se me parece,
se me parece con su desvarío, solitaria en el mundo muerto,
rechazada al caer, y sin forma obstinada.

miércoles, 1 de julio de 2009